El sol comenzaba a
descender, intensificando los tonos amarillos y anaranjados del desierto.
Estaban delante de una de las construcciones más distinguidas que
había visto hasta el momento. Tablones de madera y uralita formaban la fachada
que se permitía el lujo de tener una ventana enrejada y algunos tiestos en los
que crecían tréboles y malas hierbas. Lea tocó tres veces en el cristal con su
anillo y se sentó a esperar en la tierra. Las sombras de la alambrada cruzaban
su rostro, reforzando aún más una expresión severa y cruda.
Unos
ojos saltones y ensombrecidos, acompañados de una gran nariz aplastada contra
el cristal, se asomaron a la ventana. Desaparecieron y la puerta de la casa se
abrió. Cubriendo casi por completo el marco de la entrada, apareció lo que en
ese momento Briana identificó como un gigante poco amistoso que las invitó a
pasar.
En
las paredes de la sala se alternaban láminas de metal con tablones de madera.
Un mostrador de zinc rebotaba la luz de las lámparas por la estancia. Botellas
de cristal con líquidos de múltiples colores, muñecos y extraños medallones,
ristras de ajos, cebollas y mazorcas de maíz, hojas de palma y quemadores de
incienso que como pequeñas chimeneas inundaban el ambiente de humo muerto, se
repartían entre estanterías, altares e, incluso, por alguno de los taburetes.
Se
sentaron en uno de esos taburetes bajos y esperaron a que el gigante volviera.
Cuando lo hizo traía consigo unos platos humeantes; arroz, verduras y una pasta
rojiza muy picante.
Él
es Assuf. Assuf Chabiba –dijo Lea-. Pasaremos aquí la noche, lo intentaremos de
madrugada.
Cenaron
en silencio y sin más compañía que un par de canarios que piaban y volaban
pegados al techo de la sala. En el momento en el que dejaron los cubiertos
sobre los platos, Assuf volvió; recogió y limpió la mesa, escogió una de las botellas
del mostrador; el líquido transparente tomaba un tono rosáceo por la
descomposición de las antocianinas.
Indispensable,
señorita, para alcanzar lo alto del muro, puede que incluso más que los arneses
y cuerdas que Lea le pueda dar ¿Cuál es tu nombre?
Briana.
¿De
qué zona vienes, Briana?
Del
Oeste, cerca de las marismas.
Bien,
bien, puede que volvamos a vernos. Tienes suerte de que te hayan expulsado por
estas fechas ¡Un día de veinticinco horas y licor de ciruelas! No necesitas
mucho más.
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